Letonia

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Letonia me fue corroborando la lejanía respecto a los países nórdicos. De hecho mucha gente, mayormente de Estonia, cruza cada día hasta Helsinki o vive allá en busca de su avanzado nivel de bienestar, en cuanto a las finanzas del país se refiere. Pero aquí, las casas, los coches, las iglesias … se van alejando de las de sus no tan lejanos vecinos. No quiero que me mal interpreten, pero la diferencia es obvia, es todo. Digamos que es más normal, en lo que a mi experiencia se refiere.

 

Entré al país y fui directo hacia el Parque Nacional de Gaujas. Esta vez no quería perderme en el bosque sino visitar un par de localidades que en él se encuentran.

La primera parada fue en Cēsis y resultó que la ciudad tiene más para ofrecer de lo que pensaba. De hecho, tras pasar por la oficina de turismo corroboré que esta área es una de las más interesantes del país, que tiene mucho que ofrecer y que no son pocos los turistas que llegamos con curiosidad.

 

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Lo más conocido aquí es el castillo medieval y el Palacio contiguo que a día de hoy es una especie de museo. El castillo está algo destrozado pero todavía conserva buena parte de su estructura e incluso se pueden visitar varias estancias. Lo más curioso es que no hay luz y con la entrada te dan un candil para que con la luz de una vela te guíes por la oscuridad. Una manera curiosa y bonita de descubrir los interiores del castillo y que hace de la visita de los más pequeños una aventura.

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El palacio si que está perfectamente. En el interior hay una colección de objetos de la época y arriba tiene un mirador. No es gran cosa pero completa la visita.

A parte, con la entrada puedes acceder a una exposición aparte. No sé si la cambiarán pero a mí fue lo que más me gusto de la visita. Esta exposición está dividida en dos partes: una sobre la danza y otra sobre el canto. Resulta que ambas son partes muy importantes en la cultura del país, y parece que se sienten tan orgullosos de ellas que hacen grandes festivales donde centenares de personas bailan o cantan a la vez. Puedes ver varios videos de los festivales de años pasados y quedé impresionado. Creo que merece la pena informarse sobre este tema si se va a visitar el país, aunque según me contaron conseguir una entrada para cualquiera de esos eventos resulta casi imposible. Quien sabe. Además, en la exposición hay diferentes maniquíes vestidos con ropas tradicionales, los cuales suelen usar en dichos festivales, entre otras ocasiones. Una pena que no dejasen sacar fotos.

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Volví a la furgoneta y me fui a otro pueblo cercano donde tienen unas cuevas que supongo a día de hoy siguen usando como refrigeradores naturales. Nada especial aunque curioso.

Camino a Riga pensaba hacer un par de paradas más, pero resultó que cuando desperté la mañana siguiente una capa de varios centímetros de nieve cubría todo. La primera nevada de mi viaje me pilló durmiendo y cuando vi el panorama se me quitaron las ganas de deambular por ahí y decidí irme a un hostel a Riga para cuatro días, descansar, ponerme un poco al día con la ropa y demás, y salir a tomar algo si se daba la situación. Y la verdad, no faltó ni un día para eso. A mi llegada al hostel enseguida conocí a un Australiano con una historia viajera cojonuda, y enseguida nos caímos bien. Resulta que el tío había hecho el Rally Transmongólico (desde Reino Unido hasta Ulanbatar) en un Polo con una barca en el techo (si, una barca), y estaba volviendo poco a poco cruzando Rusia y demás. Toda una historia. Bueno, la cosa es que el primer día ya salimos de fiesta con varios del hostel, el segundo tranquilamente, el tercero fiesta otra vez, y los dos días restantes ya tocaba ponerse el mono de trabajo y salir a sacar alguna foto, aunque fueron pocas. La verdad es que para salir de fiesta es una ciudad perfecta. Todo se encuentra muy cerca y con buen ambiente sea cual sea el día de la semana.

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Lo que es el centro de la ciudad, la verdad es que me gustó. Aparte de todos los edificios, iglesias y demás, justo al lado del centro ahí un parque precioso que avanza junto al río, y un poco más al norte hay una zona con construcciones tipo art-nouveau que impresionan.

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Creo que bien merece la pena pasar unos días aquí si se tiene la ocasión.

Tras las buenas duchas calientes, lavar la ropa y haber despejado la cabeza por unos días seguí rumbo sur, con la intención de pasar a Lituania en dos días. Entre tanto, fui a visitar en castillo de Bauscas y el Palacio de Rundāle, ambos muy cerca de la frontera.

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El primero la verdad es que no merece mucho la pena a no ser que se quiera pagar la entrada y ver algo más (ruinas más que nada), y el segundo ya me gustó más. Esta vez la entrada varía: una para el interior y otra para los jardines. Resulta que a la del interior había que sumarle cerca de 50 euros si quería usar trípode para sacar fotos, así que ya sabéis, veamos el jardín a ver que tal 🙂

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Al estar cerca el invierno el jardín estaba lejos de su mejor momento pero bueno, fue bonito pasear y poder ver el palacio desde otra perspectiva. La verdad es que impresiona la cantidad de terreno que tienen este tipo de palacios. No es el primero que visito y siempre se me ocurren mil formas de aprovechar mejor el espacio. Supongo que en la corte era lo que se llevaba 🙂

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Otra vez al volante y siguiente país al frente. Bienvenidos a Lituania.

Estonia

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Llegué a Tallin de noche, tarde, y me tocó dormir en la furgoneta en medio de una callejuela por donde no pasaba apenas nadie. Una de esas noches que se irá repitiendo con el tiempo. Las primeras veces resulta algo intranquilo pero te vas acostumbrando. Pensándolo un poco, son pocos los coches que robaran de noche y no creo que ningún ladrón quiera encontrarse a su dueño en el interior. Al igual que no les conozco y eso causa cierto miedo, lo mismo pueden pensar ellos de mi si se da el caso. Y aviso: estoy mu loco, jajaja!

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A la mañana siguiente cambié la furgoneta de sitio acercándola al centro y me fui directo a la oficina de turismo. Poco a poco me he aficionado a los “Free Walking Tour” que siempre se pueden hacer en las capitales al menos, se paga con propinas (5-10 euros por persona es lo normal) y siempre es una bonita forma de situarte en el país, la ciudad, saber y conocer más sobre su historia y conseguir valiosos consejos que guíen la visita durante los próximos días.

Apenas saco fotos durante el tour porque el guía no para de explicar cosas, así que normalmente doy una vuelta más tarde u otro día para tomarme mi tiempo.

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Tallin, o su centro histórico mejor dicho, parece salido de un cuento. Grandes torreones unidos por una muralla rodean los vestigios de la antigua ciudad. Y adentro, pese a la cantidad de turistas, uno parece caminar en otra época. El simple hecho de perderse por sus callejuelas es una maravilla.

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La plaza del ayuntamiento es uno de los lugares más visitados, y presumen de haber puesto ahí el primer abeto en navidad. Es entonces cuando todo se llena de pequeños puestos, lucecitas y olor a la cocina tradicional, aunque mi visita resulto algo temprana para esto. En la misma plaza hay una antigua farmacia que merece la pena visitar. Adentro tienen una pequeña exposición de utensilios utilizados antiguamente, y la entrada es gratuita.

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El centro histórico es relativamente pequeño y se puede visitar en un solo día. Desde iglesias ortodoxas hasta sopas calientes que te ponen en tu sitio para aguantar la jornada. Y si te vas un poco más lejos, hasta lo que fuese el cuarto de vigilancia y espionaje del KGB situado en el piso 23 de lo que aún a día de hoy es el Hotel Viru. La guerra fría fue especialmente fría en estos países limítrofes.

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Antes de seguir mi camino hacia el sur visité el museo marítimo. La exposición exterior solamente para ser honestos. La entrada es algo cara y con lo de afuera tuve bastante. Una bonita colección de barcos de todo tipo, un prototipo de submarino pequeño y unas cuantas boyas que sorprenden por el tamaño. El museo está al lado del mar y si el día es bueno la visita creo que merece la pena. En unos pocos barcos incluso puedes entrar y fisgonear un poco.

Tenía ganas de perderme en el bosque unos poco días pero antes hice dos cortas paradas en las ciudades de Haapsalu y Pärnu, ambas en la costa del mar báltico. La primera es conocida por las ruinas de un castillo con el mismo nombre que la ciudad, y aunque no queda mucho de él, el área es grande y se puede entrar sin pagar. Adentro hay una exhibición con reliquias de la época, pero para eso ya se necesita entrada y por mi experiencia, no me resultan demasiado interesantes.

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Tras la visita al castillo merodeé por los alrededores, me acerqué a la costa donde se encuentra el casino, y me hizo pensar que en verano aquello tiene que estar a rebosar de gente. Como cambian algunos destinos dependiendo de la época de año.

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La visita me gustó y está a apenas hora y media en coche desde Tallin, con lo que con un día libre y buen tiempo puede ser una bonita excursión.

Con mi cabeza ya pensando en el Parque Nacional de Soomaa llegué a Pärnu. Era tarde, hacía frío y apenas di una vuelta de una hora por cumplir. No siempre se tienen ganas de seguir sin parar. Creo que el cuerpo me pedía un descanso, así que abandoné aquella tranquila ciudad y me fui al Parque Nacional.

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El Parque Nacional de Soomaa abarca un gran área teniendo en cuenta lo pequeño del país, y es el lugar ideal para recorrer senderos con diferentes objetivos. Uno de los más comunes abarca una pequeña zona donde los castores se lo pasan en grande. No tuve la suerte de encontrarme con ellos (no debe ser muy fácil) pero en cuanto empiezas a caminar queda clara su existencia en la zona. Arboles roídos que cayeron al río para poder controlar el caudal del río y mantenerse a salvo en sus madrigueras. Según dónde pueden llegar a ser un problema pero aquí parece que viven a sus anchas.

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Lo que si tuve suerte de ver fueron ardillas y un bonito pájaro carpintero al que seguí por el bosque y tuvo la bondad de dejarse fotografiar. Una maravilla.

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Pasé tres noches en los alrededores del parque he hice otra pequeñas caminada. Esta giraba en torno a lo que fue la casa de Mart Saar, famoso compositor del país. Un paseo agradable que te traslada del bosque a un terreno pantanoso pintado con los colores rojizos y anaranjados del otoño. Para caminar tienes que seguir una pasarela de madera ya que sin ella sería imposible mantenerse a flote con la cantidad de agua que hay debajo de la maleza.

Poco más de una semana duré en Estonia. Y no es que no me gustase. Creo que en verano el país trata mejor al turista y más por miedo al frío, la nieve y por recargar las bombonas de gas para cocinar (hasta llegar a Alemania no podría hacerlo) decidí no parar demasiado. Aún recuerdo el tamaño de los países de Sudamérica y aquí la verdad parecen de juguete. Te distraes un poco y te encuentras con otra bandera, otra lengua y otro pueblo. ¡Vamos a Letonia!

Tampere, Rauma, Hanko, Helsinki y Parvoo

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La próxima parada fue en Tampere de camino a la ciudad de Rauma. El sol brillaba al fin y pude pasar medio día recorriendo la pintoresca ciudad. En pleno centro el ladrillo anaranjado de lo que antes fuera una fábrica le da un aire peculiar. Y el río divide esta parte de un bonito paseo que lo acompaña.

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Primero visité la iglesia de Tuomiokirkko, Catedral de la ciudad y una de las más bonitas del país según la gente. La verdad es que es bonita pero lo mejor de Tampere para mí fue pasear junto al río mientras el solecito calentaba mi cara. Flores, el río del agua, frescos aromas y gente aprovechando el día que el sol nos había regalado completaban la postal. No esperaba gran cosa de esta ciudad pero recomiendo pasar un día al menos si se tiene tiempo suficiente.

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Al día siguiente llegué a Rauma, muy cerca del mar Báltico. Lo más bonito y por lo que es más conocida es el centro histórico de la ciudad. Casitas de maderas separadas por caminos de adoquín consiguen hacerte retroceder en el tiempo. A día de hoy la mayoría de ellas son tiendas o establecimientos de cara sobre todo a los visitantes, pero por fuera conservan la belleza que un día tuvieron. La visita es relativamente corta y sin grandes lugares de interés, con lo que pasear y perderse por sus calles creo que es la mejor manera de visitarla. Si te pierdes no creo que llegues muy lejos.

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Siguiendo la costa de camino a Helsinki pasé Turku de largo (otra de las ciudades más visitadas a parte de la capital) y paré en Hanko. La que en su día fue y quizás en cierta manera aún es el centro vacacional preferido para la gente de la cercana San Petersburgo brilla en la costa con sus grandes mansiones de madera. Me imagino que en la temporada alta de verano el lugar estará en su máximo esplendor, pero cuando yo fui apenas había movimiento.

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Di un paseo por la costa entre los restos de lo que un día formaron la defensa Rusa, me acerqué al parque del centro con su enorme torre de agua y poco más. Ya estaba cansado y tenía ganas de descansar unos días en Helsinki.

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Llegar a una ciudad como Helsinki y tener amigos esperándote es algo que no se pude pagar con dinero. Zoe y Jon, los que en su día conocí gracias a mi amigo Julen y que ya nos habían abierto las puertas de su casa en Singapur dos años atrás volvían a recibirme otra vez. A parte de poder pegarme unas buenas duchas, jugar a futbito, y demás disfruté mucho de su compañía por unos días.

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Por otro lado, en China había conocido y viajado junto a un finés llamado Antti, y me había invitado a participar en una especie de acto a favor del cuidado de las aguas del mar báltico. Consistía en remar durante una hora y media bordeando el centro de la ciudad en botes de madera para unas 10 personas, y fue toda una suerte poder participar. El acto comenzó a la mañana y luego comimos todos juntos en el ayuntamiento nada más y nada menos. Una muy bonita forma de empezar a conocer los alrededores y una inigualable bienvenida a la ciudad.

Después de comer hablando así a lo tonto, le dije a mi amigo que me gustaría ver un partido de Hockey, y resulta que tras consultarlo había un buen partido en apenas un par de horas. Pide y se te dará. Nos plantamos en el estadio y nos convertimos en hinchas de los Jokerit locales que jugaban contra un equipo ruso.

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Parece ser que los Jokerit son el equipo con mayor poder de adquisición en Finlandia y es por ello que en lugar de jugar en el campeonato local juega en el campeonato ruso, donde se mueve más dinero al parecer. Bueno, antes del partido hubo un homenaje al que fuera el mejor jugador de los Jokerit y algo menos de dos horas después celebramos el triunfo in extremis de mi equipo de hockey favorito 🙂

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Los días en Helsinki la verdad es que me los tomé con calma. El recibimiento de mis amigos fue espectacular (incluso compraron y cocinaron cosas locales para que las probase) y me sentí como en casa durante unos días.

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Respecto a la ciudad, digamos que es bonita pero tampoco tiene muchas cosas para ver.  El centro está dominado por su catedral la cual se termina visitando antes o después, en medio de una gran plaza con bonitos edificios, con la Biblioteca Nacional entre ellos. Moverse caminando es cómodo y los lugares más interesante están relativamente cerca el uno del otro.

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Una alternativa al centro es la isla cercana de Suomenlinna. Una isla llena de resquicios de la guerra. Desde cañones a un submarino. Una gran fortaleza en si misma que merece la pena visitar. Eso si, bien abrigado. El viento sopla con ganas aquí y si no vas preparado seguramente la visita se te haga larga. Los ferris se cogen desde el muelle en frente del ayuntamiento, y aunque haga frío merece la pena estar afuera y disfrutar de las vistas.

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Antes de dejar Finlandia y recomendado por Jon y Zoe hice una parada en la cercana Parvoo. Una bonita excursión de un día que se puede hacer desde Helsinki sin problemas. Un pueblito pintoresco con su parte central en una pequeña colina, y otra vez con casitas de colores de madera, calles adoquinadas e ideal para caminar alejado de los ruidos de los coches. La ciudad sufrió un gran incendio y tuvieron que reconstruir el centro, pero es algo de lo que no te enteras hasta que te lo cuentan.

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Tras la visita volví a Helsinki y marché directo al muelle donde me esperaba un ferri con destino Tallin. Llegaba la hora de dejar otro país atrás y mirar al siguiente. La idea era atravesar los países bálticos relativamente rápido para no quedar encallado en la nieve y llegar a Berlín lo antes posible, esperando que no me adelanten los pingüinos 🙂

Trekking de Karhunkierros, Memorial de la Guerra de Invierno, P.N. de Kolovesi y Savonlinna

Otra vez el gusanillo de pasar unos días en plena naturaleza comenzaba a hacer mella en mi, así que me dirigí hacia Hautajärvi para hacer uno de los trekkings más populares en Finlandia. “Karhunkierros” o más conocido para los turistas como “El anillo del oso” (aunque no es un recorrido circular) es un trekking que atraviesa una de las zonas más bonitas del país. En total el recorrido son 82 kilómetros, y por el camino hay unas cuantas cabañas totalmente preparas para poder pasar la noche, cocinar y estar calentito. Todas ellas están provistas de leña seca, hacha, sierra, estufa de leña e incluso una cocina de gas. Son totalmente gratuitas y como os imaginareis en temporada alta es recomendable llevar tienda de campaña porque no sería de extrañar no encontrar lugar para dormir al llegar. Lo de ver osos es bastante improbable por si os lo preguntabais.

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Me preparé la mochila para hacer el trekking en 3 noches, y ahí fue cuando cometí un gran error. Demasiado peso otra vez. A parte de la comida, la tienda y la ropa, estaba decidido a tomar buenas fotografías con lo que me llevé todo el equipo. Craso error. Me sentí tan incómodo caminando con semejante mochilón que para el tercer día apenas sacaba ya la cámara de la mochila para sacar fotos y acabar el trekking era lo único que tenía en mente. Una pena. No creo que se me olvide para la próxima vez.

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En lo que al recorrido se refiere, es una maravilla que se acentúa todavía más con los colores del otoño. Lo que no me esperaba, eso sí, es que hay diferentes puntos de entrada al trekking por carretera, y es mucha la gente que va a puntos intermedios para pasar un bonito día en el campo. Demasiada masificación en algunos puntos para mi gusto pero bueno. La verdad es que esperaba encontrarme en medio de un paraje remoto y de difícil acceso, y eso estuvo muy lejos de la realidad.

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Tras 82 largos kilometros acabé el trekking en Ruka en el tiempo esperado, teniendo que comenzar a andar el último día a las 6AM para llegar a tiempo de coger el autobús de vuelta al principio, donde había dejado la furgoneta. Este autobús, fuera de temporada, se limita al autobús de la escuela y va dejando a los niños en sus casitas solitarias en mitad del bosque. Un paraje idílico pero que me hizo pensar en la falta de vida social que deben tener muchos de ellos.

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Otra vez tocaba reorganizar la furgoneta, limpiar ropa, llenar las garrafas de agua, cocinar algo rico, descansar y volver a la carretera. Siguiendo dirección sur, como a 30km antes de llegar a Suomussalmi mi cabeza giro mientras el coche seguía adelante. Cientos de personas hechas con madera, barro y paja, y vestidas con diferentes ropas miran hacía la carretera impasivas.

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La obra de arte de Reijo Kela llamada “The Silent People” no creo que deje indiferente a nadie que pase por ahí la primera vez. Una sorpresa que no esperaba y que me pareció muy original. Según he leído, la interpretación de la obra es libre e invita a mezclarse un rato entre esta extraña multitud.

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Siguiendo dirección este desde Suomussalmi me volví a encontrar con otra sorpresa inesperada que se convirtió en excusa para pasar noche. Las horas de luz cada vez eran más escasas y no tenía intención de buscar buenos sitios para dormir en mitad de la noche. Está vez me encontré el Memorial de La Guerra de Invierno y el museo que está al lado.

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El museo estaba cerrado con lo que me contenté con ver los tanques y diferentes tipos de artillerías pesadas que estaban afuera, y el memorial me pareció curioso. Un extenso campo lleno de piedras con un monumento en el centro. Esta guerra estalló cuando la Unión Soviética atacó Finlandia en 1939, duró 104 días, y en el monumento hay una campana por cada uno de esos días.

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Otra vez intentado huir del frío en dirección sur llegué a el Parque Nacional de Kolovesi. Esta vez las ganas de caminar no eran tan evidentes así que apenas di una vuelta de un par de horas. A estas alturas el paisaje de Finlandia ya me parecía bastante parecido en lo que a los bosques se refiere, y este parque nacional no fue una excepción. Quizás es que no soy muy observador y si no veo montañas no se diferenciar demasiado. Sea como fuere, Finlandia es un gran país para caminar por la naturaleza siempre que el tiempo acompañe un poco.

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Por fin llegué otra vez a otro de los puntos que tenía en mente en este país: Savonlinna. Lo más especial y reseñable de esta ciudad es el Castillo Olavinlinna. Una fortaleza que se levanta del agua en medio de una pequeña isla y que fue construida sobre 1475 para defenderse de los ataques rusos. Ha tenido que ser reconstruida varias veces pero su aspecto es realmente imponente. Hoy en día y desde 1912 en verano se convierte en el escenario del Festival de ópera de la ciudad. Seguramente el mejor momento para visitarlo si se tiene la suerte de poder coincidir con las fechas. En mi caso no fue así y me tocó lluvia así que la visita fue más bien corta.

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Habrá que seguir hacia el sur antes de que el tiempo empeore más…

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Parque Nacional de Abisko en Suecia y norte de Finlandia

Abandoné mi querida Noruega y me puse rumbo a Finlandia. Me daba algo de pena no visitar apenas Suecia pero mi idea era bajar por Finlandia y es imposible hacerlo por ambos países. Aún así, de camino al noroeste de esta aproveché para hacer una parada en el Parque Nacional de Abisko en Suecia. Uno de los lugares predilectos del país para perderse caminando.

Estando cerca de la frontera enseguida me di cuenta de que el otoño había llegado antes que yo. El clima cambia conforme te alejas de la costa de Noruega y el frío gana presencia. El paisaje rebosaba de colores anaranjados y rojizos y no podía dejar de mirar aquí y allá mientras conducía. Una paradita aquí para sacar una foto, mira, un arcoíris allá, una pequeña cascadita en el otro lado…

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Llegué al Parque Nacional por su lado norte y sin tener mucha idea de las rutas de entrada y demás, fui a parar con un centro de senderistas al lado de la carretera. La Ruska, como le llaman aquí al cambio de colores propio del otoño consigue concentrar a muchísima gente en esta zona, por lo que me resultó fácil recopilar algo de información y planificar dos pequeñas excursiones. Además, los senderos están muy bien marcados.

El día de la llegada hice un corto recorrido de algo menos de dos horas, acompañando al río y a los cañones que lo forman. Un recorrido muy bonito en el que sorprende la precisión con la que el agua erosiona las rocas. Unos cortes perfectos que consiguen guiar al río con giros de 90 grados.

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El segundo, me aventuré un poco más hacia adentro. El camino principal se puede recorrer durante días bajando hacia el sur, pero yo no hice más que una excursión de medio día. Si quitas la parte del sendero, en seguida te das cuenta de la riqueza del suelo en esta zona. Cubierto por una vegetación esponjosa que consigue empaparte los calcetines si intentas molestarlo. Necesariamente hay que caminar por la senda ya que si no el impacto que dejaríamos los senderistas sería devastador.

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Contento con la parada en el parque me dirigí rumbo a Finlandia. Tengo unos amigos en Helsinki y ellos me ayudaron a idear la ruta, cosa que les agradezco. Primera parada, el monte Saana en el noroeste del país. No hay que esperar grandes desniveles en Finlandia (el monte más alto apenas mide 1324 metros), y quizá esta zona sea una de las poquísimas excepciones. Aquí, al menos, puedes ver alguna pequeña montaña.

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Subir al monte Saana (1029m) es una típica excursión en la zona. Apenas asciendes un poco la mayoría de la vegetación desaparece, con lo que construir las escaleras que te llevan hasta la loma principal no debió ser demasiado difícil. Esto lo que consigue es que gente de todas las edades suba por el caminito, y para ser sincero, no era lo que esperaba encontrarme. Se alcanza la cima en algo más de una hora y las vistas, eso sí, son espectaculares. La tierra aquí tiene otro color, tirando al ocre, y parece que estés en otro planeta.

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Tras la corta subida seguí rumbo sur por la que llaman la carretera de las auroras boreales, y de camino a Levi pase noche al lado de un río. El cielo estaba completamente despejado, y aunque el frío ya era más que evidente, la noche me volvió a regalar otra de sus maravillas polares. Nunca me cansaré de verlas. Que maravilla.

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Otra vez en la carretera no tarde en volver a recordar que hay que andar con cuidado por el norte del país. Cientos de renos habitan esta zona y no son de los que miran dos veces antes de cruzar la carretera. Eso si, perseguirlos en silencio por el bosque tiene su cosa para los que no estamos acostumbrados a verlos. En apariencia me parece un animal hermoso, pero he que decir que no destacan por su inteligencia. Una opinión personal, sin ánimo de ofender 🙂

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Levi es una zona propensa para alquilar una bici y recorrer los alrededores, pero me pareció muy turístico y pase de largo. Quizá estuviese un poco vago para sacar mi bici, tengo que reconocerlo. Así, me puse rumbo al norte hacía Siida, donde quería ver el museo de la cultura Sami. Los Sami son el pueblo original del norte y este museo muestra desde toda la información sobre su entorno a sus costumbres, útiles y construcciones. Un museo dividido en varias partes, con una de ellas en el exterior con un pequeño recorrido donde puedes ver sus distintas casas, trampas para cazar, y demás. La visita fue muy interesante y creo que merece la pena. Soy de los que piensan que saber dónde se está es tan importante como la visita misma.

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Otra vez rumbo sur, camino a Luosto. Para entonces el paisaje había vuelto a cambiar, y este venía para quedarse. Casita, lago, pinos. Pinos, lago, casita. La verdad es que es muy bonito pero a mí me resulto monótono con el paso de los días. Estaré más acostumbrado a las montañas, que le vamos a hacer.

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Luosto es un pequeño centro de esquí, el cual también alberga una mina de amatistas. Yo tampoco sabía lo que eran, no te preocupes. Un mineral muy cotizado de color violáceo. Se trata de una variedad del cuarzo, y muchas veces se hallan ambos juntos en el mismo mineral.

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Cuando llegué a la entrada la visita no parecía muy esperanzadora. Digamos que era el más joven con diferencia. Aún así, la mayoría eran finlandeses, con lo que otro hombre y yo tuvimos nuestro guía particular. Un hombretón muy simpático que nos enseñó todo con muchísimo interés, he incluso nos bajó a una pequeña caverna a punto de derrumbarse desde donde extraen parte del mineral, cosa que no se suele hacer con los turistas. Según nos contó se trata de una explotación local y a pequeña escala. No quieren que se convierta en un gran negocio y ni siquiera venden su material a otras empresas. Todo lo que obtienen lo trabajan y venden ellos mismos. Todo el mineral lo sacan del suelo, escarbando un poco más a fondo donde han encontrado algo, y parte de la visita consiste en eso mismo. La experiencia es entretenida y te dejan llevarte uno te ellos, siempre que te quepa en la mano. Los grandes, si tienes suerte de encontrar alguno, se quedan en casa.