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Islas Lofoten

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Llegué a Bodø y tomé el ferry camino a Moskenes, desde donde comenzaría a visitar las islas Lofoten. En cuanto el relieve de las islas comenzó a ser visible quedé muy gratamente sorprendido. Me esperaba un paisaje sin grandes relieves y con playas por doquier, pero muy lejos de la realidad. El relieve aquí es abrupto a casi más no poder, lleno de picos que se alzan con una verticalidad majestuosa. No son especialmente altos pero al partir desde el nivel del mar el efecto visual es precioso. Y las playas, por lo general se buscan sus recovecos entre tanta montaña. De hecho, como me enteraría más tarde, el nombre de las islas se consigue al juntar «lo», que significa lince, y «foten», que significa «el pie». La explicación es que la cadena de islas con sus picos puntiagudos parecen pies de lince desde tierra firme.

El primer pueblito que quería ver es el de Å, el que está más al oeste. Parece que no se comiesen mucho la cabeza para ponerle un nombre así a este precioso pueblito lleno de casitas rojas de pescadores, principalmente. En realidad, la mayoría de estos pueblitos costeros giran en torno al mar, y aunque poseen el encanto de los pueblos pequeños, por lo general me parecieron todos bastante parecidos.

Los primeros día el clima no fue bueno, así que los dediqué sobre todo a planificar el viaje y ponerme un poco al día con todo el material fotográfico que a día de hoy todavía sigue desbordándome.

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Siguiendo la carretera hacia al oeste se pueden visitar otros pueblitos bonitos como Reine, Sørvagen o Hamnøya, pero para ser honesto no estaba demasiado interesado en ellos. Mi meta aquí giraba en torno a la noche. Las esperadas auroras boreales.

Seguí rumbo oeste y tras visitar la bonita Nusfjord llegué a la playa de Haukland, la cual está conectada por un camino costero con la playa de Uttakleiv, una de las más bonitas de las islas. Al ir en furgoneta es una gozada porque prácticamente puedes pasar noche a pie de playa, y los terrenos abiertos son los mejores para poder ver las auroras. Como ya adivinaréis, no era el único con esa idea pero al no ser la temporada alta de verano todo estaba bastante tranquilo.

A poor jellyfish lay on the sand out of the sea on a beach in Lofoten, Norway

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Pasé dos noches en la playa de Haukland y al ver que venía buen tiempo cambié a la de Uttakleiv, con mejor orientación para poder descubrir por fin uno más de los regalos que la naturaleza tiene por ofrecer. Pasaba el día caminando, procesando y organizando fotos, y esperaba a la noche como el los primeros años de universidad 🙂

Aquella noche estaba en la furgoneta, esperando a que estuviese totalmente oscuro para salir a mirar el cielo, cuando alguien grito: northern lights!!! Di un brinco, me vestí en medio segundo y salí escopeteado. Allá estaban…

Northern lights about a mountain in Lofoten islands, Norway

En el horizonte todavía eran visibles las últimas luces anaranjadas del día, pero la bóveda celeste resplandecía lleno de estrellas y con unas misteriosas luces verdes que bailaban al son del viento. Indescriptible. De hecho, esa primera vez quizá ha sido la más intensa de las que he visto y hubo momentos en los que las auroras cubrían los prácticamente 180 grados que alcanzaba mi vista, con un color verde muy intenso y tonos blancos y violáceos esporádicos. Una gran experiencia que consiguió hacer trabajar a destajo a mi cámara de fotos. Para ser sincero, me costó un buen rato dominar la excitación del momento y ponerme a pensar un poco en como poder captar la belleza del momento de mejor manera.

Northern lights about a beach in Lofoten islands, Norway

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Los días siguientes seguía el camino casi por inercia durante el día, y a las noches procuraba estar situado lo mejor posible para poder disfrutar del espectáculo otra vez, aunque este siguiese bailando en mi cabeza.

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Así, tras breves paradas en otros pueblos como Rørvikstranda, Henningsvæer o Laukvik (donde está el célebre Polar Light center), decidí prescindir del GPS e ir en dirección a la península de Andøya por carreteras menos transitadas que por lo general recorren la costa. Fue un acierto y me encontré con pequeñas sorpresas como un viejo barco varado en la costa o una pequeña familia de alces que no tardaron en salir corriendo al parar para fotografiarlos.

An old sunken ship lay on the seashore in Lofoten islands, Norway

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Ya en Andøya, crucé la península de sur a norte por el oeste y bajé por el este. Este primer tramo volvió a ser increíble de cara a la noche. El terreno aquí tiene grandes zonas llanas, con lo que junto a la costa la vista de la bóveda celeste es prácticamente perfecta. Además, encontré una pequeña zona donde el mar entraba tímidamente y las aguas eran tranquilas, y los reflejos de las auroras a la noche fueron espectaculares. Una noche inolvidable más al bolsillo.

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Llegando a la zona norte volvían a divisarse otra vez los picos que desafiaban a la costa sin complejos, y esta vez me quité el gusanillo. Divisé una posible ruta de camino a la cima pasando una gran pedrera y sin seguir ningún camino y con bastante precaución llegué arriba sin grandes problemas. Las vistas, increíbles otra vez. El día acompañó y me quedé bastante tiempo atontado allá en lo alto. Fue una sorpresa encontrar un buzón en una de las cumbres que allá había. Supongo que la gente subirá desde otro sitio porque una vez que llegué a la ladera principal si había un camino uniendo los picos.

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Siguiendo camino al norte llegué a Andenes. Una pequeña ciudad con un enorme faro, y donde el turismo gira en torno al avistamiento de ballenas principalmente. Ya había visto por el camino varias lanchas llenas de turistas, una detrás de otra siguiendo la misma ruta y apenas dejando espacio entré ellas, y no me tentó demasiado la idea.

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Después de uno 8000 kilometros de ruta desde casa aquí acabó mi visita a Noruega. Un país de ensueño que me ha dejado cumplir uno más de mis sueños a cambio de quedarse con una pequeña parte de mí. Tendré que volver en su busca J Definitivamente Noruega está muy alto en mi lista de países a visitar. Mi próximo destino: el Parque Nacional de Abisco en Suecia.

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Trekking de Trolltunga y camino hacia Lofoten

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Aún me quedaba otro trekking pendiente. Mi amigo Iñigo que vive en Oslo me lo había recomendado así que no había duda. El trekking de Trolltunga parece ser que se ha puesto más de moda en los últimos años y aunque es más largo que los anteriores, son muchos los que hoy día se animan a recorrerlo.

Llegué a la zona y esta vez no vi otra que aparcar en el parking que está justo al comienzo del recorrido. Pensaba que era gratuito pero va a ser que no. Está vez cambié el plan y comencé con una enorme mochila para pasar la noche y volver al día siguiente. El camino comienza con una gran pendiente pero una vez superado este primer escalón todo es más liviano. En tres horas y media llegué al final, y el camino en si ya me pareció espectacular. Sobre todo cuando llegas a la zona del fiordo al que asoma en mirador de Trolltunga.

Nada más llegar ya quedé impresionado. Una especie de lengua de trol (de ahí su nombre) que se asoma al vacío increíblemente. Era justo la hora del atardecer y el paisaje anaranjado con el fiordo azul a sus pies creaban una postal difícilmente mejorable.

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Había cerca de diez tiendas de campaña ya instaladas pero no había mucha gente. Acampé, esperé a la noche, e intenté sacar alguna foto más especial sin mayor resultado. Lo peor fue cuando a la mañana siguiente me desperté, cogí la cámara y me di cuenta de que me la había dejado encendida, estaba sin batería, y la de repuesto dormía plácidamente en mi furgoneta. Mucha rabia por no poder sacar más fotos ya que a la ida había ido del tirón, pero bueno. De los errores se aprende.

Llegué a la furgoneta, me di cuenta de que el parking era de pago al quitar el papelito del parabrisas (dudo mucho de que llegue nada a casa, la verdad), y me puse en marcha otra vez.

A beautiful sunset in norwegian mountains with pink sky and beutiful color.

Mi próximo destino era ya uno de los más esperados: Lofoten. Un conjunto de islas en la zona noroeste muy recomendada y donde esperaba poder ver auroras boreales. Eran más de 1500 km lo que me separaban de allá así que tras ojear el mapa volvía a hacer varias paradas.

Primero me acerqué a la zona del Reino de Voss, donde la gente suele acudir a hacer deportes de aventura, pero prácticamente pasé de largo y no vi nada especial.

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Poco más tarde llegué hacia la zona del fiordo Aurlandsfjorden donde hay un bonito mirador.

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Como os digo, ir por la carretera es todo un lujo para la vista en Noruega, ellos lo saben, y tienen marcadas varias de ellas como interés turístico. Merece la pena revisarlas antes de organizar el viaje. Echar un vistazo aquí. Por la zona de los fiordos la verdad es que ya la construcción es increíble, con una cantidad de puentes y túneles que cuesta creer. Precisamente, el túnel más largo del mundo se encuentra aquí con nada más y nada menos que  24,5 km, conectando Lærdal con Aurland.

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Así, seguí mi ruta hasta llegar a Lærdal para ver la iglesia de madera de Borgund. Construida en 1180 y una de las mejor conservadas.

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La siguiente parada fue una de las que más me impresionó: en glaciar Nigardsbreen. Desde el parking hay dos posibilidades: o tomas un barquito que te acerca al glaciar o caminas cerca de una hora. Yo fui andando y se llega fácilmente. Lo mejor de este glaciar es que te puedes acercar a él tanto como tu sentido común te lo permita. Yo estuve buscando ese límite y me llevé un pequeño susto con el estruendo de un desprendimiento cuando estaba mirando a mi cámara.

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Three small groups are laying on the ice, resting, while they explore the glacier

Otro de los fiordos más conocidos es el que asoma la pequeña pero visitadísima localidad de Geiranger. Nada más llegar no di crédito a lo que me encontré: un enorme crucero en mitad del fiordo. Está claro que es uno de los lugares más conocidos y lo incluyen en todo tipo de viajes. Subiendo el puerto de montaña hay un bonito mirador, pero aquí más vale olvidarse de estar solo.

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Ya tenía ganas de ir más hacia el norte así que hice una única parada más, esta vez en la ciudad de Ålesund. Otro de los puntos turísticos, pero también me apetecía conocer alguna de las ciudades. Antes de llegar hay una pequeña montaña desde donde las vistas abarcan toda la ciudad. Otra vez cruceros a la vista y rodeado de turistas que se bajaban de los autobuses, pero la ciudad la verdad es que me gustó. Paseé toda la tarde tranquilamente por su pequeño centro con bonitas casitas de colores y bancos con calefacción (imaginaros mi cara cuando me senté sin saberlo) y me dispuse a conducir hasta Bodø, desde donde cogería el ferry hasta las islas Lofoten.

The city of Alesund where many tourist used to arrive in cruises. Charming and beautiful city in Norway

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El camino de la costa es bonito pero no me pareció tan especial como me lo imaginaba. Lo mejor estaba por llegar.

Trekkings en Preikestolen y Kjeragbolten

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La zona de los fiordos de Noruega tiene mucho más que ofrecer que los simples fiordos. Nadie dudará de su belleza pero a mí al menos me resultan todos más o menos parecidos. Lo que si me inquieta más son las montañas que se alzan limitándolos, y es ahí donde se centró mi interés en esta zona.

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Ahora bien, de camino volví a aprovechar para deleitarme con el paisaje y sacar alguna foto. Largas carreteras de montaña, cascadas, más fiordos, glaciares… cada km de carretera no tiene desperdicio en este país.

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Todo el mundo que va a Noruega ha visto al menos dos de sus fotos típicas. La primera es la del mirador de Preikestolen (el púlpito) con sus vistas increíbles del fiordo Lysefjorden desde una plataforma natural extensa y con una caída al fiordo que la hace especialmente espectacular. Cuesta creer que sea natural, la verdad. Y la segunda, de Kjeragbolten, con la típica foto de alguien subido en una pequeña piedra redondeada que se encuentra encajada en lo alto de dos paredes y con una gran caída, con lo que da la sensación de estar desafiando a la muerte. Tenía curiosidad así que me animé a descubrirlas.

El Primero que hice fue el de Kjeragbolten. Al ser un trekking popular quedaba claro que me iba a encontrar con mucha gente siguiendo un horario normal, así que decidí pasar noche cerca del parking (en estos trekkings hay que pagar por dejar el coche a no ser que te las ingenies un poco como y aproveches algún hueco por las cercanías, aunque en muchos de ellos tampoco se puede aparcar). Hay bastante gente que incluso se anima a ir con la tienda de campaña y pasar noche, pero a mí no me apetecía cargar con todo el material de acampada más el material fotográfico.

Así, me desperté a las 6:30 y para las 7:00 estaba en marcha. Ya había visto subir a alguno mientras desayunaba pero nada que ver con lo que vendría después. El trekking tiene su miga si el suelo esta mojado, pero si no se hace relativamente bien. Creo que me llevó unas dos horas y media llegar al pedrusco tras una bonita caminata. El camino esta marcadísimo, el día fue bueno y hasta el momento apenas me junté con nadie. Buena elección de hora de salida.

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Cuando vi el pedrusco mi primera sensación fue de chasco, la verdad. ¿Es esto? Luego me fui acercando y resulta que no está nada mal. El pedrusco no es minúsculo pero apenas caben dos personas en él. Y si te resbalas… te resbalas para siempre. La caída al fiordo es espectacular y el lugar en si me gustó mucho, más que el simple pedrusco. La gente, eso si, poco a poco iba haciendo fila para sacarse la típica foto que todo buen turista debe tener y, al final, yo mismo caí en el juego. Bueno, un recuerdo más 🙂

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Ya era mediodía así que tocaba volver. Y ahí es cuando me di cuenta de la magnitud turística de este tipo de trekkings en Noruega. No se cuenta gente me crucé de camino a la piedra, pero os puedo asegurar que la fila que se formaría para tomar la foto no tendría mucho que envidiar a la mayor que hayáis experimentado.  Un auténtico horror encontrarse aquello en un entorno semejante.

Al otro lado del fiordo  y  más cerca del mar es donde se encuentra el trekking de Preikestolen, y tras reponer fuerzas en la furgoneta, me puse en marcha otra vez. Está vez aparcar sin pagar en el parking resultó más complicado y tuve que hacerlo a unos 4-5 kilómetros del inicio del trekking. Este es sin duda el más conocido y sencillo, así que tocaría levantarse más temprano. Está vez la alarma sonó a las 4:30 y para las 5:00 estaba en marcha con el frontal en la mano. Mi idea era ver el amanecer desde arriba, pero me sorprendió de camino, al igual que algún que otro madrugador que ya emprendía el camino de vuelta para huir de las hordas de turistas. De hecho, no recuerdo exactamente quien me mencionó que durante su visita al mirador fue una auténtica decepción: más de cien personas y todas posando y chillando para escuchar su eco.

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Cuando llegué, apenas había diez personas y el lugar es realmente mágico. Una enorme repisa plana que desafía a 600 metros de precipicio. El único pero fue que el fiordo estaba cubierto de nubes y aunque al principio de daba un toque, todos queríamos que desapareciese al final. Cosa que no hizo en mi presencia.

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Como suele ocurrir en estos lugares, siempre se ven mejor desde lejos. Justo al lado del mirador asoma una pequeña cumbre, así que no tarde en buscar y encontrar el camino para llegar allá. Y ese lugar sí que lo guardaré especialmente en mi memoria. Una maravilla y con el aliciente de encontrarme solo, sin nadie que interfiriese en mi momento con aquel hermoso panorama.

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Si el anterior camino de vuelta me había impresionado por la cantidad de gente, este resultó ser su hermano mayor. Pero muy mayor. De verdad, el que quiera disfrutar de este lugar que madrugue, pase noche arriba,  o se prepare para ir en fila.

En la bajada me había juntado con todo tipo de gente, pero algo al final ya me dejó helado. Una familia, de chinos diría yo, con la madre portando en brazos, a lo tipo cuna, a un apenas recién nacido. Ni siquiera llevándolo en la típica especie de mochila.  No pude contenerme y les pregunté si subían con él, a lo que me respondieron que son familia y van en familia. El camino no es que sea gran cosa pero no es para nada como para subir así. Incluso es bastante fácil pegarse un resbalón. En fin, espero que todo saliese bien.

Llegué a la zona de carretera otra vez, y como no me apetecía especialmente andar por ahí otros 4-5 km hasta el coche, decidí hacer autostop mientras avanzaba. Nuevo record: 20 metros, un coche, listo. Una pareja joven de daneses me hicieron hueco en su furgoneta y me ahorré el camino de asfalto. Un gran día.

Colonia, Hamburgo, Copenhague, Oslo y camino al oeste de Noruega

Alemania es grande y aunque por lo general en las autopistas se puede ir tan rápido como uno quiera o pueda, decidí tomármelo con calma y hacer un par de breves paradas en Colonia y Hamburgo para sacar alguna foto. En la primera luce su famosa Catedral y no quería perder la oportunidad de visitarla. Una construcción impresionante que consigue llenar la ciudad de turistas de todo el mundo.

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Hamburgo, sin embargo, me pareció mejor para pasear y perderse. Tiene unos cuantos sitios de interés como la iglesia de San Peter´s, la de San Miguel, la plaza del ayuntamiento … pero simplemente pasear entre sus canales tiene su encanto. Volví a coger la bici y esta vez fue una maravilla pedalear por la ciudad. Más amplia que Luxemburgo y con los lugares más conocidos algo más distantes. Es una pena no haber investigado algo más sobre esta ciudad porque me pareció interesante y estoy seguro de que me perdí muchos de sus secretos.

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Concurso

Siguiendo el camino previsto llegué a Dinamarca al fin, después de responder algunas preguntas y enseñar mi nueva casa a los agentes que realizaban un control bastante serio en la frontera. Viendo como están las cosas ya me lo esperaba pero no tuve ningún problema. Buena cara, respuestas precisas, una sonrisa y adelante. Tras un largo camino ya me encontraba en el punto de inflexión entre la Europa central y los países escandinavos.

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Había estado en otra ocasión en Copenhague así que sabía lo que me esperaba: una ciudad limpia, ordenada, bonita, eficiente, carriles y semáforos para bicicletas y masificación de turistas en la época más acogedora de la ciudad. Por suerte, y como se suele decir, el 80% de las personas están en el 20% de los lugares. Y aquí se cumple a rajatabla. Si escapas de la famosa estatua de la sirena (Little Mermaid), del parque Tivoli o del muelle de Nyhavn uno consigue sentirse como un danés más andando en bicicleta. Dejé el coche a las afueras y un bonito paseo me llevó hasta el centro donde me esperaban las cámaras de fotos, las filas de turistas siguiendo a los guías con sus banderitas y los típicos selfies que sirven para decir “yo estuve aquí”. Cada uno vive el turismo como quiere, está claro.

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Había buscado un lugar en la costa sueca para pasar la noche así que antes del anochecer me puse en marcha otra vez. Pasé el puente que une Copenhague con la ciudad sueca de Malmo, y tras pasar un nuevo control policial (algo menos exhaustivo) pude pasar la noche en la costa. El frío comenzaba a ser más que evidente y un surfero local me lo recordó entre risas ¡Bienvenido a Escandinavia!

 A la tarde siguiente y tras haber conducido un total de unos 3000 km llegué a Oslo. Mi amigo Iñigo y su mujer Daniela me iban a acoger durante unos días en su casa y fue una parada de gran ayuda tras el largo viaje. Nada más llegar me dirigí a la estación de salto de esquí donde nos juntaríamos para la visita con su familia, que también estaba de vacaciones. La estación en verano no me pareció muy espectacular a no ser que te tires de la tirolina que montan desde lo alto, aunque su precio lo hace prohibitivo para muchos de nosotros. Ahora bien, las vistas desde lo alto de la plataforma de salto fueron una bonita introducción a la ciudad y el museo es interesante para quien le guste el esquí.

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Oslo no era para nada lo que yo me esperaba sino mucho mejor. Apenas unos edificios medianamente altos, edificación sin mayores aglomeraciones, y todo rodeado de vegetación y pistas para gozar de ella. Apenas seis millones de personas viven en este enorme país por lo que es fácil perderse y estar a tu aire. La acampada, además, es libre en toda zona que no sea privada y como vería más adelante, las innumerables y cuidadas estaciones de servicio resultan un lujo para los que viajamos en furgoneta o caravana, que no somos pocos.

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Pasé tres noches, la ciudad me gustó y conocí lugares dignos de visitar. El ayuntamiento, para empezar, es un museo en sí mismo. Las paredes están llenas de frescos que muestran la historia del país y de obras de arte y por si fuera poco, en el hall de entrada es donde se entrega el Premio Novel de la Paz.

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El Palacio Real, el moderno Edifico Nacional de la Opera y el Ballet, el Museo Vikingo, el National Gallery o el de Munch (donde se encuentra el famoso cuadro del autor “El grito”), el aquí querido cartel del chocolate local Freia y los parques de Ekeberg o Vigeland (los cuales están llenos de curiosas estatuas) suelen completar la visita.

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Muy agradecido y contento de haber vuelvo a ver a Iñigo y conocer a Daniela me dirigí hacia el oeste, hacia la zona de los fiordos. Noruega era el primer país que quería visitar a fondo, así que a partir de ahora me movería con más calma. Ya por el camino tenia marcados un par de paradas otra vez. La primera, la iglesia de Heddal. Una iglesia medieval cristiana de madera, construida en la primera mitad del siglo XIII. Hay muchas de ellas por el país y bien merecen una parada, en unas pocas al menos. No se trata solo de la iglesia, sino del entorno. Se encuentran en la mitad de pequeños cementerios cuidados al detalle, con pequeñas tumbas adornadas con flores rojas resplandecientes de vida. Esto en verano, claro está. Suelen estar en lugares algo apartados con lo que el ambiente tranquilo completa la sensación de paz.

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Otra vez vuelta a la carretera, y esta vez me dirigí al monte Gaustatoppen. Una excursión bastante común en verano para la gente local, a juzgar por la cantidad de coches que me encontré al llegar. No lo tenía claro pero tras consultar el tiempo agarré la tienda de campaña, la mochila, la cámara, algo de comida y me puse rumbo a la cima con la intención de pasar la noche allá y gozar de las vistas. El día aguantó, pero la noche fue fría, como cabía esperar. Estaba bien equipado así que sin mayores dificultades recorrí los últimos metros hasta la cima al día siguiente y disfruté de las vistas en solitario. No me gusta estar rodeado de gente en el monte. Siento que pierdo la conexión con el lugar y es una sensación de la que intento huir en la medida de lo posible.

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Como dato curioso, me encontré con cuatro Sherpas directos desde Namche Bazar cerca de la cima. No de turismo, sino construyendo escaleras con piedras al estilo nepalí. No tardaría en darme cuenta de que los caminos de los destinos de montaña más importantes en Noruega son made in Nepal. Está claro que tienen dinero y buen gusto 🙂