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Luxemburgo

Creo que fue un 5 de Agosto cuando acabé de preparar todo y arranqué el motor de mi furgoneta. Hace mucho que mi calendario se basa más en las estaciones del año que en el día del mes. Mi destino, Noruega. Un viaje demasiado largo para hacerlo del tirón así que tras revisar la ruta decidí hacer una parada en la pequeña Luxemburgo. Evité toda autopista y eso ya me creó la sensación de empezar a viajar en el camino, atravesando pueblitos pintorescos y carreteras que pasan inadvertidas en las grandes rutas. Pasé una noche en el noreste de Francia junto a una pequeña iglesia y al día siguiente llegué a la ciudad de Luxemburgo.

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Aparqué cerca del centro y decidí dar un paseo con la bici. No tardaría en darme cuenta de que el centro es tan pequeño que se disfruta mucho más caminando. Candé la bici y seguí a pie. Luxemburgo es una ciudad amable y relajada. El centro está situado en lo alto de una pequeña colina con un río que lo rodea, y las vistas son espectaculares. Una ciudad limpia y moderna, fruto de su más que sosegada economía.

Panorama Luxemburgo

Fui a la Place Guillaume II y tras visitar la oficina de turismo marqué varios sitios para fotografiar. La Cathédrale Notre-Dame, el Palais Grand-Ducal, la Rue Plaetis, el edificio de la High Authority of the European Coal and Steel Community

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Como digo, el centro se visita en una tarde (aunque quizá sea mejor dedicarle algo más) y me sobró tiempo para volver a la furgoneta y visitar otra parte de la ciudad donde se encuentran el moderno edificio de la Filarmónica de Luxemburgo y el Musée Draï Eechelen entre otros.

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Quedé gratamente sorprendido en mi primera parada. Con las murallas que rodean la ciudad, más visibles en su lado norte, incluso me recordó en cierta manera a una Pamplona con interiores más modernos y pasear resulta de lo más agradable.

Ya caía la noche y me fui al noreste del país, al lado del lago Meer Van Echternach. Había leído que era una buena zona para andar en bici o hacer alguna excursión y quería conocer algo más de este país.

Pasé la noche en un parking junto al lago, y a la mañana siguiente agarré la bici otra vez y curioseé por los alrededores hasta que me encontré con dos canchas de voley-playa. La primera vez pasé de largo, con algo de vergüenza de pedirles jugar con ellos, pero eso mismo me llevó a volver e intentarlo. La vergüenza para robar. Había un pequeño escenario desde donde ponían música y resulta que recién habían comenzado un torneo entre jugadores de diferentes clubes. No contaban con invitar a nadie pero, al ir solo, decidieron meterme en uno de los equipos.

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Así es como me pasé todo el día jugando a voley-playa. Me invitaron a comer, a beber y aunque sea lo de menos, ganamos el torneo. Un gran día en definitiva. En los descansos me dediqué a hablar con Yannick, el que me había metido en su equipo. Un tipo muy majo que me explicó muchas cosas sobre su país: que cerca del 50% de la gente local trabaja para el gobierno, que mucha gente viene desde fuera por el sueldo, que hay profesores que se pueden permitir ir a dar clase en un Ferrari… parece un chiste pero al parecer es cierto. Una economía que se basa en chupar un poco de los países limítrofes. Y parece que les va bien. Incluso la gasolina aquí es más barata debido a sus bajas tasas y mucha gente entra en el país para repostar.

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Ya era tarde, así que decidí pasar la noche en una zona cercana, recomendada por Yannick y su preferida en el país: Mullerthal. Una zona montañosa con diversidad de sendas y caminos para recorrer disfrutando de la vegetación y de curiosas formaciones rocosas. Tenía pensado quedarme un día más pero, con la sombra del invierno noruego en mi cabeza, decidí ponerme en camino otra vez por la mañana temprano. Aún me quedaba atravesar Alemania, Dinamarca y Suecia antes de llegar a Oslo.